domingo, 17 de noviembre de 2013

Visitar y conocer

La extensión de una ciudad nueva con mucho que ofrecer es inversamente proporcional al tiempo que uno tiene para conocerla. En menos de un año que hace que vivimos acá, la sensación de que aún queda muchíiiiisimo por descubrir no disminuyó apenas nada y eso, unido a mi permanente sentimiento de "me estoy perdiendo algo", es una bola de acero encadenada a mi tobillo que arrastro en los planes de fin de semana que se dejan hacer, las veces que conseguimos aplacar el cansancio.

En Barcelona se puede pasear por una calle comercial una vez a la semana y descubrir que las tiendas se renuevan a un ritmo feroz y perderse en la vorágine hasta dudar sobre tu velocidad de asimilación de los cambios, y perder la noción del tiempo sin darte cuenta de que te empuja por detrás. Hay calles donde siempre se percibe una combinación extraña entre rebajas, navidades y manifestaciones varias porque el flujo de gente es interminable día y noche, increíblemente constante y también agotador. Pero aún así, es posible caminar y obviar el tumulto para detenerse sólo a observar detalles, que los hay y a montones. Las fachadas de los edificios son algo espectacular y no dejan de sorprenderme. Ninguna es igual a la otra y, a su vez, combinan perfectamente en barrios que lo admiten todo. Tienen molduras, grabados, pinturas, ladrillos y figuras decorativas extravagantes fruto de mentes tan brillantemente creativas como dispares, pero todo parece llevarse bien.





Y como las perritas guapas que vienen de ciudad-pequeña-casi-pueblo nunca lo habían visto, aprovechamos la circunstancia de que pueden viajar en tren, para darles un poco de mundo y algo con lo qué presumir en el parque contando que visitaron la Ciudad Condal. 

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